El arte de invertir los papeles
La política, en su vertiente perucha, es un patético como siniestro juego del acusete. Los que acusan un día, pasan a ser los acusados al día siguiente, y todos se erigen, en su megalómano parecer, como los poseedores de una verdad incuestionable por su contundencia argumental. Las mas de las veces, sus argumentos se sostienen en absurdos como la moral inmemorial, la familia o la religión, claro esta, trastocada para que parezca que la versión de quien la usa como argumento sea la correcta. Con eso no he descubierto la cura a la criptonita, pero me parece preciso recordarlo a la luz de los recientes hechos.
Un acto de corrupción, como tantos que ocurren todo el tiempo ciertamente, se destapa, y todo el país voltea los ojos indignados a los personajes que con un criollo argot delincuencial traficaban influencias y adjudicaciones fraudulentas en altas esferas de la administración publica. Primera cuestión: altas esferas. Acá no hablamos del robo de 5 galones de combustible para llevar a la familia a pasear un domingo cualquiera, no hablamos del robo de una dotación de 50 kilos de carne para alimentar a niños pobres de Huancavelica, no, hablamos de una negociación que dejaría réditos, su porción, sus honorarios de éxito, de mas de 100 mil soles para cada una de las ratas implicadas. Esta bien que roben, ¿pero no tanto no?, se dice el ciudadano de pie. Porque valgan verdades, esto de la corrupción no es de los pocos, estigmatizados y piñas, que salen en la televisión los domingos. Esto de la corrupción es parte de algo más grande, de una anomia a niveles sociales, de la pendejada del peruano, esa pendejada que sin saberlo, nos jode como país.
Pero todos impostamos una mueca de sorprendidos, de escandalizados, incluso el que se tiro los galones de combustible, y el que hizo lo propio con la carne, porque ellos roban, pero no tanto. El presidente sale con un discurso de antología republicana. Ya quisieran haber oído ese discurso los ancianos de Alaska de manos de McKain. Religión, dios y su castigo inclemente, una moral puritana y vacía de significado real, y de contenido, nada. Ninguna explicación de porque uno de los funcionarios logro escapar, y no solo eso, sino que se llevo con el los discos duros de las computadoras de su oficina, discos que no lo dudemos, tenían una cuantas joyitas mas. Ninguna explicación de porque el gobierno no se ha comprometido hasta el momento con el tema de la corrupción, ninguna explicación de porque no se fortaleció, en su momento, proyectos como la oficina nacional anticorrupción, ya desaparecida. Ninguna explicación de porque existe tanto búfalo con complejo de rata, ¿serán algún extraño hibrido no?, o de repente el local de Alfonso Ugarte esta maldecido.
Pero la cuestión se torna aun más irrisoria cuando salen congresistas, con una pana impresionante, a quejarse, reclamar, hacer pataletas y exigir la renuncia de todo el gabinete. Ese parlamento que no quería justificar sus gastos operativos, porque “hoy no me da la gana justificarlos pues”, y que al final se salio con la suya y termino incluyendo dicha cantidad a su sueldo legitimo, con una mayoría que ya quisiéramos tener para temas mas productivos, y con una celeridad que sorprende si tomamos en cuenta que existen temas como la Ley general del trabajo aun pendientes. Ese parlamento, sin nada personal contra ellos, pero que es el menos indicado para salir a hacerse los puritanos pues, ¡puritanos a la pollería que Anaya invita! ¿No?
El tema termino siendo una deplorable demostración de cómo seguimos manejándonos en democracia. Con instituciones carcomidas y precarias en las que los pocos tecnócratas honrados y sin tanto floro metafísico que existen, son estigmatizados y vulnerados en el ejercicio de sus funciones, ¿y que les queda?, renunciar. Una democracia en la que no existe una instancia paternal a quien quejarse, porque si en el Perú no robas, eres un idiota, mira, si todos lo hacen. Y si denuncias, tu caso se vera en el Poder Judicial, la meca de la trafa de nuestro querido país, de ripley, y tu proceso durara tanto que ya no importara mas. Un país en el que el poder se mueve así, y en el que incluso existen indicios de que los peces más gordos estarían involucrados. Y si hablamos de peces gordos, respiremos tranquilos porque por lo menos nuestro pez globo mayor – Alan García – parece no estar implicado… aun ¿O será que entre los discos duros que se llevo Rómulo León había algo que lo pudiera implicar?, talvez nunca lo sepamos.
Así se mueve la política y la administración publica, y nadie parece tener ganas de combatir la corrupción porque a todos les cae algo pues, el chorreo si existe, y si lo sabes encontrar te pones igual de gordo de Quimper, o que el “gordo” Schereiber, mientras, volviendo a nuestro niño huancavelicano, sigue esperando su carne.
¿La empresa privada?, tampoco vengan con que son las damiselas desvalidas de este cuento de hadas que es el Perú. Pagar a un lobbista es cuestionable pero no ilegal, pero pagar para que se arregle un proceso de LICITACION (concurso publico en el que se debería emitir una decisión imparcial y basada en criterios eminentemente técnicos) a su favor, eso es corrupción, y no me vengan con eso de que no sabían lo que estaba pasando porque ese argumento ya se lo escuchamos bastante a Fujimori en sus juicios por violaciones de DDHH como para tener que aguantarlo acá también. Discover Petroleum debe una explicación, como todos los demás involucrados, y su “decepción y malestar por lo ocurrido” le debe importar muy poco a quienes realicen las investigaciones, ojala nomás que no los “aceiten”.
Al fin de todo esto se me viene a la mente el documental The Corporation. La empresa no es una persona, y si lo fuera, tendría los síntomas de un paciente con sicopatologías graves, una de ellas consiste en el poco interés por los demás. No importa cuantas manos se deban romper, la cosa es maximizar los ingresos, y la labor del estado debería consistir en fortalecer sus muñecas para que no le rompan las manos, pero la intención para ello no existe, que pena.